Los migrantes de la caravana han quedado atrapados en el frío. Foto: Cuartoscuro.

En tiempos de caravanas migrantes y en particular de aquella de dimensiones sin precedente que quedó recientemente estacionada y sin esperanza en la ciudad de Tijuana, es necesario reflexionar sobre sus causas y consecuencias. Sobre este fenómeno y a propósito del acuerdo de “Tercer País Seguro” que propone a México el gobierno estadounidense—o el denominado “Plan Marshall” para el desarrollo del sur de México y Centroamérica que intenta negociar la nueva administración que inició labores el 1º de diciembre con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia mexicana, me parece preciso continuar comentando un tema importante que se menciona poco en los medios de comunicación o por los analistas del fenómeno migratorio. Me refiero en particular a las causas y los actores que explican una gran movilización social—que, en este caso, tiene gran impacto en políticas nacionales, procesos político-electorales y temas de política exterior en nuestro hemisferio.

Ha quedado claro el uso político de la caravana migrante por parte del presidente de los Estados Unidos, quien manipuló imágenes de este éxodo migratorio en tiempos clave. Al mismo tiempo, el mandatario estadounidense envió tropas a la frontera con México aparentemente con fines electorales, para consolidar su base de apoyo al interior del partido republicano y posiblemente con el objeto de presionar a México y a la opinión pública en ambos países para avanzar en la firma de una especie de acuerdo de Tercer País Seguro o el procesamiento en México (y no en Estados Unidos) de las peticiones de asilo por parte de solicitantes centroamericanos que desean refugiarse en la Unión Americana.

Después de 15 años de trabajo de campo y estudios sobre movimientos sociales (en la teoría y en la práctica), me queda claro que detrás de la gran caravana migrante existen algunos intereses y actores estratégicos cuyas agendas no son tan difíciles de descifrar y cuyos beneficios actuales o potenciales son claramente identificables. Recientemente, tuve la oportunidad de hacer trabajo de campo por 18 meses en las rutas migratorias desde Centroamérica hasta la frontera entre México y Estados Unidos. Entrevisté a cientos de personas (más de 400) en este peligroso trayecto (entre migrantes, expertos en temas migratorios, defensores de derechos humanos, abogados, personas privadas de libertad y miembros de distintas agencias de procuración de justicia, entre otros) y visité 25 albergues o establecimiento que brindan atención a migrantes en México y Centroamérica.

Conozco relativamente bien el fenómeno migratorio desde el Triángulo Norte centroamericano hacia los Estados Unidos y a los principales actores en el mismo. Conozco también (de manera indirecta o personal)—y he analizado, en diversas circunstancias—la labor de los activistas o defensores de derechos humanos más prominentes que trabajan en las rutas migratorias. Conocí el trabajo de algunas de las principales figuras que administran la red de albergues de la Pastoral de Movilidad Humana de la Iglesia Católica en México. También aprendí sobre las organizaciones no gubernamentales (ONGs) que coordinan los trabajos de búsqueda de migrantes desaparecidos y las acciones de la caravana de madres de estas víctimas, entre muchos otros grupos. Entrevisté a un gran número de migrantes en los albergues, comedores, aeropuertos (cuando llegaban deportados), en bares, una prisión mexicana para mujeres, e incluso en las vías del tren. Es posible que por eso tengo una visión relativamente distinta a la de otros que cubren recientemente el tema para los principales medios de comunicación nacionales e internacionales, y también divergente de una parte importante de la opinión pública que no han tenido oportunidad de transitar por las rutas migratorias por un tiempo considerable.

En las rutas se ve de todo: refugiados huyendo de la violencia en sus países de origen, migrantes en busca de una mejor vida, traficantes de personas (denominados también “coyotes”), actores criminales de todo tipo (tratantes de personas, narcotraficantes, pandilleros, asaltantes, etc.), exkaibiles (y otros exmiembros de agencias de seguridad), policías y autoridades corruptas, activistas genuinos y oportunistas, entre otros.

No existe aquí espacio para análisis maniqueos: no todos son ni totalmente malos, ni totalmente buenos. Algunos merecen un castigo ejemplar (los coyotes, criminales y los que sacan ventaja de la tragedia humana), otros necesitan trabajo, y otros buscan refugio y el reconocimiento de la comunidad internacional. El tema es complejo y lo debemos abordar con toda seriedad. En fin, en las rutas migratorias se ve y se vive de todo. Ningún grupo está exento de vicios ni de elementos viciosos; hay migrantes buenos y migrantes malos, gente y organizaciones comprometidas(os) con los derechos humanos y otras(os) que lucran y obtiene grandes beneficios también en nombre de los derechos humanos. Me concentraré en estos últimos, pues de ellos se habla muy poco y parecen ser actores clave en los tiempos del “muro” y las caravanas de migrantes.

Ahora mismo, con colegas en México y Estados Unidos, realizamos un proyecto en Tijuana para entender los orígenes y las consecuencias de la gran caravana migrante. Realizando entrevistas, haciendo inteligencia social a través de las redes sociales y análisis de redes (o lo que llaman en Estados Unidos network analysis); aplicando metodologías de extracción automática de información de sitios web mediante programas informáticos; y finalmente utilizando herramientas estadísticas para realizar micro-simulaciones, nos será posible identificar actores clave, flujo de recursos e intereses que mueven los hilos de la caravana y que nutren agendas económicas o sociales distintas y muy posiblemente grandes agendas políticas. La red parece ser no tan compleja y los resultados muy reveladores. Seguimos trabajando.

Después de realizar un análisis parcial de información en medios y redes sociales nos llama la atención y nos entristece la participación de algunos actores que, en nombre de los migrantes, los refugiados y de sus derechos fundamentales—o sus derechos humanos—facilitan un peligroso trayecto, sin futuro y sin salida para cientos o más bien miles de personas esperanzadas y dispuestas a todo por buscar una mejor vida.

Hablo en particular de miembros y directivos de organizaciones como “Pueblo Sin Fronteras” o “Al Otro Lado” que han estado muy activos en los últimos años movilizando caravanas o procesando solicitudes de asilo (trabajo pro bono, sin recibir retribución monetaria alguna por sus servicios, pero sí dinero de fundaciones y organizaciones filantrópicas de todo tipo para realizar sus actividades “por el bien de la gente”). Estas organizaciones, junto con otras más (que es posible identificar a través del análisis de redes), han cobrado gran notoriedad entre los denominados (y algunos auto-denominados) “defensores de derechos humanos”. Vale la pena analizar sus fuentes de financiamiento y las donaciones pasadas, actuales y potenciales que han recibido y quizás recibirán ahora que se negocie algún acuerdo entre Estados Unidos y México para procesar solicitudes de asilo a Centroamericanos en la República Mexicana y supuestamente desarrollar el Sur de México y el Triángulo Norte centroamericano con recursos provenientes del mundo desarrollado.

En el presente estudio, nos sorprende el activismo sin razón de algunos actores, que sin importar la necesidad de la gente y el frío del invierno que se viene, parecen haberla engañada con el pleno conocimiento de que nunca llegarían al destino que les prometieron en los mensajes que circularon por diversos medios. Vale la pena revisar las comunicaciones que recibieron algunos participantes (más no todos) que se adhirieron inicialmente a la caravana, al tiempo que conviene hacer un seguimiento de las instrucciones que han dado los mismos actores a algunos que llegaron en caravana a la ciudad de Tijuana. Sorprende también la cobertura de algunos medios masivos de gran circulación internacional que obscurecen, con su cobertura parcial, el entendimiento del fenómeno.

No obstante lo anterior y la capacidad de los medios mainstream, algunos espacios informativos sí han mostrado el obscuro papel que han jugado algunas organizaciones que trafican con personas en nombre de los derechos humanos. Incluso el Padre Alejandro Solalinde ha denunciado en medios a actores específicos como Irineo Mújica o Pueblo Sin Fronteras por el engaño (sin escrúpulos) a los migrantes y el beneficio que esta gran movilización ha representado directa o indirectamente para la administración Trump y la agenda de política migratoria estadounidense.

La gente migra por hambre, por falta absoluta de oportunidades o por huir de la violencia. Eso no puede negarse ni atribuirse la movilización “de forma exclusiva” a los agitadores o a organizaciones particulares. Como dice la poeta y activista de origen somalí Warsan Shire en sus Conversaciones sobre El Hogar: “nadie abandona su hogar a menos que el hogar sea la boca de un tiburón…sólo corres hacia la frontera cuando ves a toda la ciudad corriendo también.” Esta frase describe perfectamente la tragedia de los migrantes y refugiados centroamericanos en el contexto de las caravanas que transitan por México. Pero las caravanas no se forman solas. En 15 años de estudiar movimientos sociales y las teorías que los explican, identifico algunos factores básicos que deben estar presentes al mismo tiempo para movilizar una gran cantidad de personas pobres y desesperadas, como aquellas que forman parte de la caravana que llegó a Tijuana hace algunas semanas. En particular, podemos hablar de: recursos materiales, capacidades de liderazgo y estructuras movilizadoras (entre las que destacan los medios formales y las redes sociales).

Del tiburón, la miseria, la violencia y una gran tragedia humana parecen beneficiarse algunas organizaciones y actores que reciben reflectores, reconocimiento e incluso dinero de fundaciones y diversas organizaciones filantrópicas. Es preciso destacar que, al mismo tiempo, algunas de estas organizaciones filantrópicas se “camuflajean” bien y parecen operar de manera encubierta para facilitar el avance de agendas e intereses estratégicos, algunos de ellos de gran envergadura. El contubernio entre estos movilizadores/provocadores/defensores y otros intereses geoestratégicos más difíciles de identificar parecen formar parte de la trama y el drama de la más reciente caravana migrante.

Al final, ésta parece ser sólo parte de una sofisticada cadena de intereses cuyo fin último será que, como ha dicho en repetidas ocasiones Donald Trump: “México termine pagando por el muro.” De hecho, ya lo ha estado haciendo y la gran caravana migrante es parte de este proceso. Y organizaciones como Pueblo sin Fronteras y otras, incluyendo a algunos malos elementos que trabajan dentro de la red de albergues de la Pastoral de Movilidad Humana han contribuido a la tragedia. México parece ser ahora el muro de Trump. Nuestro país, en efecto, está pagando por el muro desde ahora. Sólo basta analizar lo que viene y lo que está sucediendo hoy en la frontera.

Parte de la tragedia que viven los migrantes en su trayecto hacia la Tierra Prometida (pero para ellos prohibida) de los Estados Unidos de América obedece a las acciones e instrucciones por parte de los activistas mercenarios que se nutren de reflectores y que acaparan recursos de organizaciones filantrópicas imperialistas que dictan agendas de potencias mundiales y grandes capitales.

Según la Real Academia Española (RAE) la palabra “mercenario” se refiere a un soldado o una tropa: “Que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero.” Ese es el papel de “algunos” defensores de derechos humanos que lucran con la necesidad de otros y movilizan migrantes con promesas de sueños que se convertirán en pesadillas. A los activistas mercenarios les importa poco mover a gente muy vulnerable (incluidos niños pequeños) al norte en el invierno. Los migrantes de la caravana han quedado atrapados en el frío y la desesperación; entre la espada y la pared; entre el tiburón de la miseria y la pobreza y el muro de Trump—que ya pagamos y seguiremos pagando, en la era de AMLO, México y los mexicanos.