No queremos un México de pobreza, desigualdad, violencia, corrupción e impunidad; tampoco queremos un México en donde la voz de los ciudadanos no cuenta. Foto: Cuartoscuro

El ejercicio de “pensar un México que queremos” es casi una obviedad. De hecho, podríamos tomar todas las promesas de campaña hechas durante los últimos 50 años por los políticos mexicanos, y hacernos con ellas un hermoso panfleto que dibujará ideas más o menos “progresistas”.

“Arriba y adelante”, decía Echeverría. Aprobado. “Bienestar para tu familia”, decía Zedillo. Aprobado. Calderón prometía empleo. Aprobado. Peña se sacó más de 200 compromisos que según él ya cumplió. ¿Y entonces por qué no tenemos el México que queremos? No es pregunta retórica; es por una simple razón: no cumplieron.

Andrés Manuel López Obrador prometió suspender el NAIM durante la campaña. Ahora nadie se asuste si, basado en una consulta –que ciertamente tuvo fallas pero al final es una consulta– decide cumplir lo que había prometido. Y que se le reclame a Enrique Peña Nieto, y que él dé explicaciones por no haber consultado con los mexicanos una obra tan importante y con tanto dinero comprometido. Que los empresarios le reclamen a él por no haber garantizado un proyecto libre de sospechas de corrupción; por no haber tomado en cuenta el daño al medio ambiente y a las comunidades. Que Peña salga y explique que son sus errores los que llevaron a la cancelación del aeropuerto.

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La idea del progreso ha sido interpretada y reinterpretada una y otra vez por las sociedades modernas en los últimos mil años, pero básicamente responde a un deseo de mejorar la condición humana de un grupo, de una sociedad. Para “pensar en un México que queremos” podemos partir del mundo que pensaban los renacentistas o bien los políticos del PRI. Pero, para el momento que México vive, sirve más partir de una idea que parece inversa, pero no lo es. Es pesar un México que no queremos. Allí, en el México que no queremos está la esperanza de un México que deseamos.

No queremos un México en donde la gente no cuenta. Todos los proyectos de Peña, por cierto cancelados por distintas razones, pasaron por encima de la gente. No más ese México donde el Gobierno y una élite deciden sobre una mayoría.

Tampoco queremos un México de desigualdades. Hemos alcanzado un país con democracia electoral y política, pero todavía no tenemos un México con democracia económica, en donde todos los ciudadanos tengan las mismas oportunidades para desarrollarse; en donde las poblaciones indígenas tengan acceso a los estándares mínimos para alcanzar niveles de bienestar aceptables; en donde las mujeres sean tratadas con igualdad y tengan el mismo acceso a los beneficios como lo tienen, en mayores proporciones, los varones. No queremos un México en el que los jóvenes sean el sector más afectado por la pobreza. No queremos una Nación que le abre las puertas y abraza a una élite que se sirve con la cuchara grande, mientras la mayoría batalla para lograr siquiera su subsistencia.

No queremos un México empobrecido. Necesitamos trabajar para acabar con la pobreza. Necesitamos construir las condiciones que permitan a 55.3 millones de mexicanos tener el mínimo aceptable para su desarrollo. No es posible que en pleno siglo XXI, un 43.6 por ciento de la población viva en situación de pobreza. Las cifras nos dicen que hemos fracasado como sociedad: cuatro de cada seis mexicanos no tienen con qué vivir y hay muchos a quienes, en pobreza extrema, no les alcanza para llevarse algo a la boca.

No queremos un México violento. Hemos construido un país de guetos, donde ciertos barrios son seguros y el resto padecen niveles históricos de feminicidio, secuestro, homicidio, extorsión, robo. Una minoría vive relativamente en paz mientras que el resto debe salir con miedo a las calles y sufre cada mañana cuando llevan a sus hijos a la escuela o al trabajo.

No podemos construir un México medianamente viable si no asumimos el compromiso de presionar a los gobiernos para que les digan a las familias en dónde están sus desaparecidos. No podemos fincar una civilización y aspirar a un México mejor si no respondemos al problema extendido de los feminicidios, que se ha ocultado, que se ha metido debajo de la alfombra de asfalto y que ahora sale por el drenaje, por las tuberías.

No podemos construir una civilización mientras más del 80 por ciento viva con miedo y en ciudades como Ecatepec, en el Estado de México, el nivel de temor de los ciudadanos alcance casi el 100 por ciento. Nadie puede pensar en un México feliz si su vida está depositada en manos de asesinos; si su patrimonio está siempre amenazado.

No queremos más un México sin crecimiento económico. Este país necesita crecer y generar oportunidades para todos. Necesita ser sustentable y terminar con la depredación del agua y de los recursos naturales con la justificación del “desarrollo”. Necesitamos educar y permitir que la educación nivele las oportunidades.

No queremos un México de corrupción. Basta ya de que estado por estado, municipio por municipio, la lista de los políticos corruptos e impunes se ensanche conforme pasan las horas. Necesitamos gobiernos honestos y que los corruptos paguen, no solo el dinero que se llevan, no solo con la cárcel, sino que sean expuestos en público y tratados como escoria. Porque la corrupción genera pobreza, genera desigualdad, genera violencia y por lo tanto, la corrupción genera muertos.

Esta ola de muerte y destrucción que provoca que millones de mexicanos deban abandonar sus casas para aventurarse a una mejor vida, tiene como origen la corrupción. Los corruptos pactan con criminales, desvirtúan los programas sociales, se comen las finanzas públicas, obstruyen el progreso y al final, como solamente una élite se salva, causan esta desigualdad que no nos deja vivir un solo día en paz; que no nos permite disfrutar esta gran Nación y sentir que los cielos y los montes y las sierras y los mares y la tierra nos pertenecen.

No podemos construir una sociedad sin que paguen los culpables de su descomposición. No podemos sentarnos en las mismas mesas y convivir con los corruptos. No debemos, como sociedad, aceptar que Elba Esther Gordillo, Javier Duarte, César Duarte, Roberto Borge y toda esa calaña tenga juicios ligeros que posiblemente los lleve unos años o meses a prisión, mientras sus familias disfrutan en Londres o en El Paso; en Panamá o en Madrid; en Italia o en Suiza.

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El México que queremos debe pasar primero por el México que no queremos. No queremos un México de pobreza, desigualdad, violencia, corrupción e impunidad. No queremos un México donde la gente no puede decidir qué quiere.

Dentro de un mes tendremos un cambio de Gobierno. Ojalá pudiera, la nueva administración, partir de cero. Ojalá pudiera escribir sobre hojas limpias, blancas. Pero no: habrá que partir de un cuaderno manchado y yo creo que mientras no se limpie al menos el área de trabajo, será muy difícil poder construir algo nuevo.

La cancelación del Aeropuerto debe ser explicada por Peña, porque fue él quien no entendió que México NO quiere ser Toluca, donde cualquier voz disidente ha sido aplastada durante décadas y donde la gente no decide su destino. Fue Peña quien canceló primero la opción de que los ciudadanos decidieran. Él debe explicarle a los inversionistas que hizo un proyecto sobre lodo, y que ignoró qué quería la gente. Peña debe explicarle a los empresarios que su proyecto de Nuevo Aeropuerto siempre fue un fraude porque JAMÁS escuchó a los que debía escuchar primero: los mexicanos.

López Obrador anunció desde hace mucho tiempo que no quería esa mole llena de opacidad. Los ciudadanos lo sabían. Ahora está refrendando su compromiso con una consulta como apoyo. Nadie se espante: ¿qué no quieren políticos que cumplan? Si queremos un nuevo México, debemos aceptar que hay otro al que debemos decirle NO.