Vivian Gornick, 83 años, mujer enrabietada y fenómeno literario del año

Escritora, activista, figura destacada del feminismo de los años setenta y autora de ‘Apegos feroces’. Una octogenaria centrada en el futuro que sigue madrugando cada día para ponerse a luchar

0
924
La mirada no es lo único socarrón, cristalino y penetrante que tiene Gornick. Su estilo literario también posee dichos rasgos. Escribe como mira. ANTÓN GOIRI

Es uno de esos casos de persona sin edad. Vivian Gornick nació en el Bronx el 14 de junio de 1935. Así que suma 83 años. Pero solo hace falta observarla unos minutos mientras posa para la cámara entre tímida y coqueta, subida a un taburete alto, para darse cuenta de que, en ella, la cifra se vacía de significado. “Vengo de una familia de campesinos judíos muy resistentes. Mi madre murió a los 94 años, intacta hasta prácticamente el final”, explica.

Una fortaleza que le ha permitido viajar sola a España para participar en las ediciones de Barcelona (CCCB) y Madrid (La Casa Encendida) del festival Primera Persona. Dos de sus libros más populares, Apegos feroces (1987) y La mujer singular y la ciudad (2015), han sido recientemente publicados en español por la editorial Sexto Piso. Ambos textos son autobiográficos y tienen como protagonistas de fondo las calles de Nueva York.

Todas las mujeres jóvenes de Occidente tienen hoy ciertas expectativas vitales que no tendrían de no haber sido por mi generación de feministas. Elevamos el grito para reclamar igualdad e hicimos que el mundo escuchase”

“Tardé mucho en entender qué tipo de escritora era yo. Al principio estaba empeñada en hacer ficción. Tuve que repensarlo todo hasta concluir que el género adecuado para lo que quería contar era el de unas memorias. Entonces me sentí libre”. Libre para revelar, con prosa directa y constantes golpes de humor, detalles sobre sus relaciones emocionales o su vida sexual. Pero también para ahondar en las intimidades de los demás. “Traicionas a todo el mundo al que conoces tan pronto como empiezas a escribir. Porque, ¿qué más puedes usar además de tu propia experiencia? El problema es que tienes que tener el coraje de ser más fiel a esa experiencia que a la gente involucrada en ella”.

Aunque mantiene que le interesa más el futuro que el pasado, cuando mira hacia atrás reconoce los rasgos identitarios que la han llevado a ser quien es: “Se juntan en mí tres tipos de marginalidad: soy mujer, judía y de clase obrera. Cada una ha captado mi atención en momentos diferentes. Mis padres eran comunistas, y me educaron para que creyese en el romance de la clase internacional trabajadora [risas]. Luego, en la universidad, empecé a viajar y fui testigo del antisemitismo en mi país. Más tarde, me di cuenta de que, si había un factor que condicionaba mi vida por encima del resto, era mi condición de mujer. Fue entonces cuando me hice feminista”.

Gornick es una figura destacadas de la segunda ola del feminismo, la que se concentra, sobre todo, en las décadas de los sesenta y setenta –narró aquella lucha en las calles del movimiento para el primer semanario alternativo norteamericano, The Village Voice–. “Todas las mujeres jóvenes de Occidente tienen hoy ciertas expectativas vitales que no tendrían de no haber sido por mi generación. No conseguimos alcanzar todos nuestros objetivos, pero elevamos el grito para reclamar igualdad e hicimos que el mundo escuchase”.

La diferencia entre el activismo de aquel momento y el actual es, para ella, que antes predominaba una amplia visión filosófica, mientras que ahora se impone un espíritu más práctico, orientado a los resultados. De ahí que muchas mujeres se organicen para contrarrestar las medidas de la Administración Trump. “EE UU no es el único país que está viviendo el avance del populismo de derechas. Las cuestiones que nos dividen nos afectan por igual en todo occidente”, señala.

El avance del “capitalismo sin corazón”, de economías que buscan dinero produciendo cada vez menos, se encuentra para Gornick en la base del desafecto y la rabia de la población. “Formé parte de las protestas impulsadas por Occupy Wall Street contra la desigualdad en el reparto de la riqueza. Nos reuníamos en Zuccotti Park, en Manhattan, donde también se encontraban los empleados de la bolsa. Era desesperanzador. Ni siquiera nos miraban como a seres humanos, sino como si fuésemos animales”. A la escritora no le tiembla la voz a la hora de declarar “un mundo en decadencia”, pero reconoce no ser pesimista: “¿Cómo podría serlo? La resistencia crece también de manera paralela. Es muy vigorizante”.