El senador por Arizona Jeff Flake. FOTO: AP / VÍDEO: EL PAÍS

La noche antes de las elecciones de 2016, el último mitin de la campaña en Arizona se celebró en las escaleras de los juzgados de Prescott. Allí hablaron los dos senadores del estado, John McCain y Jeff Flake, los candidatos al congreso y el gobernador. McCain, ante el último acto electoral de su vida, habló de otros tiempos en la política, cuando hombres como Barry Goldwater y Morris Udall, en las antípodas ideológicas, “se conocían y se respetaban”. Lo decía tras una campaña inaudita en violencia verbal y con un partido, el suyo, que había elegido como candidato a un personaje impresentable que a buen seguro iba a perder al día siguiente. Solo uno de los presentes pidió el voto con entusiasmo para Donald Trump. McCain y Flake no aplaudieron. Su incomodidad era evidente.

Al día siguiente, Jeff Flake no votó por Donald Trump. Tampoco votó por Hillary Clinton. Desde entonces, su lealtad al Partido Republicano ha sido puesta a prueba constantemente por un presidente al que desprecia y que considera un peligro para el futuro. Flake vive las horas más intensas de ese conflicto con el proceso de confirmación del juez Brett Kavanaugh para el Tribunal Supremo. Kavanaugh sería el candidato ideal para Flake, pero el proceso ha supuesto un derrumbe del espíritu de diálogo bipartito que Flake considera el verdadero pilar de la democracia.

Jeff Flake (Snowflake, Arizona, 55 años) es un conservador de libro con formación en ciencia política y estudios africanos. Dirigió el Instituto Goldwater, el gran think tank conservador de Arizona, antes de presentarse al congreso. En 2012, ganó el escaño de senador después de la retirada de John Kyl. Ha votado siempre en contra del aborto y tiene la mejor calificación del lobby de las armas. Sus credenciales conservadoras son impecables. Por eso su oposición (al menos retórica) a Donald Trump está cargada de autoridad, aunque le falte el peso de la veteranía de su amigo y mentor John McCain.

En agosto de 2017, tras solo siete meses de presidencia de Donald Trump, Flake publicó un libro muy duro con la deriva de tierra quemada del Partido Republicano. Se titulaba La conciencia de un conservador: un rechazo a la política de destrucción y un retorno a los principios. El libro tomaba el título del manifiesto de Goldwater que definió a los republicanos en 1960 y le llevó a la nominación.

En el libro, Flake compartía con el resto del mundo todos los aspectos escandalosos de la presidencia de Trump: retirarse del liderazgo global, dar más credibilidad a teorías conspirativas que a la realidad, el desprecio absoluto por las normas y tradiciones que dan estabilidad de una democracia y la consideración del adversario como enemigo al que hay que destruir. Pero lo que más escandalizaba a Flake no era Trump, sino que el mismo partido que le había dado la espalda aparentemente durante la campaña, ahora se había alineado bajo su liderazgo como un solo hombre. “Nunca un partido había abandonado sus principios tan deprisa como en la campaña de 2016”, escribe Flake. Lo hizo “porque era rápido y fácil, pero el mundo real es difícil”.

El día 24 de agosto, tomó la palabra en el Senado para anunciar que no se presentaría a la reelección. Lo hizo con un discurso muy duro contra el presidente y su partido. “Señor presidente, hoy me alzo para decir: basta”. “Lamento el estado de nuestra desunión, lamento el carácter destructivo de nuestra política, la indecencia de nuestro discurso, la vulgaridad de nuestro liderazgo, lamento que se ceda en nuestra autoridad moral”, dijo Flake, que denunció la “complicidad en este alarmante y peligroso estado de cosas” del Partido Republicano. “Tengo hijos y nietos. No seré cómplice de Trump”.

El conflicto interno de Flake con la situación es auténtico. Su decisión de no presentarse a la reelección era más mundana. Flake se dio cuenta de que en una atmósfera política en la que el mero respeto a las formas y la buena educación ya se consideran rasgos moderados, no podría ganar unas primarias en Arizona. Trump, que le despreciaba en sus mítines como el senador “flojo con la frontera y con el crimen”, ya estaba promoviendo a candidatos a su derecha.

En este tiempo, sin embargo, Flake no ha dejado de ser un voto fiable para los republicanos, que solo tienen una mayoría de uno en el Senado. Él no se puede permitir un voto de protesta como el de John McCain, que hundió él solo la reforma sanitaria con su voto cuando le quedaban meses de vida.

Porque Flake ha dejado caer que se presentará a presidente contra Trump el año que viene. El todavía senador parece estar convencido de que hay una posibilidad para que los moderados del partido le disputen el liderazgo al presidente y él quiere ser ese hombre, o al menos contribuir decisivamente a esa batalla interna que tiene muchas posibilidades de producirse.

En este contexto, llega la nominación del juez Brett Kavanaugh para el Tribunal Supremo. Es la oportunidad para el Partido Republicano, inesperada, de dominar quizá durante una generación la corte que interpreta la Constitución. Pero al mismo tiempo está siendo el mayor ejemplo del destrozo partidista de las instituciones. El partido estaba dispuesto a ignorar las acusaciones de abusos sexuales contra Kavanaugh. Fue Jeff Flake, en una actuación coordinada en el último minuto con los amigos demócratas que le quedan, el que consiguió retrasar el proceso una semana para que, al menos, hubiera una investigación del FBI. Es una decisión en el corto plazo sin consecuencias para él, pues no tiene la presión de noviembre, pero que le puede ayudar mucho a largo plazo, para las presidenciales.

“Hay ocasiones en las que debemos arriesgar nuestras carreras para dar prioridad a nuestros principios”, dijo Flake en el Senado el día que anunció que no se presentaría a la reelección. Estados Unidos vive estas horas pendiente de si ese será uno de esos momentos. Por lo pronto, este viernes Flake votó a favor de dar por terminado el proceso de confirmación de Kavanaugh y elevar el asunto a un voto final en el pleno, seguramente este sábado. Después, dijo que se inclina por votar a favor de Kavanaugh a no ser que ocurra algo.

El dilema no es fácil. Votar a favor de Kavanaugh, es votar a favor de la voladura de las normas en Washington. Votar en contra, es privar a su partido de una oportunidad sin precedentes de dominar el Tribunal Supremo. Flake es un hombre de principios, pero la deriva del Partido Republicano le obliga a elegir qué principios son más importantes. Si los principios conservadores, o los principios democráticos.