Jamal Kashoggi, periodista saudí y exeditor jefe del periódico 'Al-Watan', en 2012 en Dubái (Emiratos Árabes). ALI HAIDER EFE

El misterio rodea la desaparición de un periodista e intelectual crítico con el principe heredero y hombre fuerte de Arabia Saudí, Mohamed Bin Salmán. El rastro de Jamal Khashoggi, exiliado en EE UU desde hace más de un año y colaborador de The Washington Post, se perdió el martes cuando acudió al consulado de Arabia Saudí en Estambul (Turquía) a por unos documentos para contraer matrimonio con su novia, de nacionalidad turca. A partir de entonces, las versiones de lo ocurrido difieren.

Jamal Kashoggi, periodista saudí y exeditor jefe del periódico ‘Al-Watan’, en 2012 en Dubái (Emiratos Árabes).
Jamal Kashoggi, periodista saudí y exeditor jefe del periódico ‘Al-Watan’, en 2012 en Dubái (Emiratos Árabes). ALI HAIDER EFE
“El señor Khasoggi visitó el consulado para pedir unos documentos relacionados con su estado civil y salió poco después”, afirma un comunicado emitido este miércoles por Riad en el que se tachan de “falsedad” las noticias sobre su presunta desaparición. Sin embargo, el portavoz del Ejecutivo turco, Ibrahim Kalin, aseguró en conferencia de prensa que la información de la que disponen las autoridades de Turquía es que Khashoggi “se halla aún en el consulado de Arabia Saudí en Estambul”. Algo que, en opinión de Kalin, podría constituir una detención ilegal y sería una violación de las disposiciones internacionales y nacionales sobre la actuación de las legaciones consulares.

La misma versión sostiene la prometida del desaparecido, identificada solo por las siglas H.A. En declaraciones a la agencia oficial turca Anadolu, explicó que el pasado viernes acudieron al consulado, donde les dijeron que los papeles no estaban listos, y que Khashoggi debía regresar esta semana. Tras recibir una llamada en la que un representante del consulado le dijo que los documentos ya estaban preparados, el periodista acudió a las 13.30 del martes, hora local. Como si temiese una trampa, le dijo a H.A.: “Voy a entrar. Cojo los documentos y salgo. Si ocurre algo, llama inmediatamente a Yasin Aktay [dirigente del partido islamista gobernante en Turquía] y a la Asociación de la Prensa Turco-Árabe [con la que mantenía estrechas relaciones]”. Tras varias horas de espera, la novia notificó la desaparición. En el consulado, lo único que le dijeron es que su prometido había salido ya del edificio.

Desde la desaparición, ha sido imposible contactar con Khasoggi. Según pudo comprobar EL PAÍS, en su teléfono saudí salta un contestador y su última conexión a WhatsApp (en su móvil estadounidense) fue el martes a las 13.06, hora de Turquía. “Seguimos con preocupación el hecho de que Khashoggi no haya abandonado el edificio”, afirmó en un comunicado la Asociación de la Prensa Turco-Árabe, explicando que esta preocupación, además de por la desaparición en sí, se debe a “las recientes violaciones de derechos humanos en Arabia Saudí”.

“Hola. Me han prohibido que hable con los medios extranjeros. Suena ridículo, pero es cierto”, respondía Khashoggi en un mensaje de texto a este diario en diciembre de 2016. Aún usaba su móvil saudí. Unos meses más tarde, el veterano colega, al que muchos periodistas extranjeros recurrían para intentar comprender lo que pasaba en el Reino del Desierto, se había escapado a Estados Unidos por temor a acabar en la cárcel, como otros intelectuales y activistas de su país. Las autoridades saudíes también le habían prohibido expresarse en Twitter y puesto fin a su columna en el diario panárabe Al Hayat (que se edita en Londres pero es propiedad de un familiar del rey).

La reducción del ya por sí limitado espacio de debate en Arabia Saudí y la campaña de detenciones se ha asociado al creciente poder del príncipe Mohamed Bin Salmán (MBS), hijo favorito del rey y su heredero designado. Sin embargo, Khashoggi no era un disidente. Si acaso crítico, una voz franca que había aprovechado sus buenas relaciones con algunos miembros de la familia real para expresar en voz alta lo que otros solo se atrevían a decir en susurros.

Tal vez debió de ver un aviso cuando, en febrero de 2015, poco después de la llegada al trono del rey Salmán, Bahréin, convertido desde 2011 en un Estado vasallo de Riad, cerró el mismo día de su lanzamiento la cadena de televisión Al Arab, cuya dirección le había encomendado el príncipe Alwaleed Bin Talal (más tarde víctima él mismo de la purga del Ritz-Carlton). En los meses siguientes, Khashoggi no ocultó su oposición a la guerra de Yemen y aunque apoyó las reformas anunciadas por MBS en su Vision 2030, criticó que no se hubiese escuchado a los saudíes. Luego, ya fuera del país, también ha censurado el embargo a Qatar.

Precisamente el caso Khashoggi puede levantar ampollas entre dos capitales, Ankara y Riad, cuyas relaciones se han deteriorado en los últimos años. Especialmente a raíz del cerco impuesto a Qatar por los saudíes, ante el que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, salió en defensa de su aliado enviando aviones cargados de productos básicos para romper el bloqueo. Ese Estado árabe del golfo Pérsico ha devuelto recientemente el favor permitiendo la instalación de una base militar turca en su territorio, que tendrá capacidad para 3.000 soldados, y prometiendo 15.000 millones de dólares en inversiones para la economía turca, en serios apuros debido a la crisis de su moneda. Además, el emir qatarí, Tamim Bin Hamad al Thani, ha regalado a Erdogan un avión de lujo valorado en 500 millones de dólares, lo que ha generado polémica en Turquía