Un joven, junto a un cartel electoral en Sarajevo, el pasado 25 de septiembre. GETTY

En una esquina de la avenida Hiseta, en Sarajevo, se concentran el pasado y el presente de Bosnia. De un lado, un edificio conserva señales de metralla del cerco de las tropas serbobosnias que sufrió la ciudad durante 1.425 días entre 1992 y 1996. Del otro, una treintena de personas hace cola frente a la Embajada de Eslovenia para emigrar en busca del trabajo que les regatea su país, lastrado más de dos décadas después por una corrupción endémica y una estructura disfuncional. Casi nadie confía en que las cosas cambien tras las elecciones de este domingo.

Más que sostener, Sisic Mensur retuerce el formulario de petición de visado. No quiere separarse de su familia, pero lleva, dice, “demasiados años simplemente sobreviviendo”. Cobra 590 marcos (unos 300 euros) al mes como conductor de camión. En Eslovenia, país que también pertenecía a la extinta Yugoslavia y que entró en la UE en 2004, le ofrecen por el mismo trabajo un contrato de 2.000 euros, cuenta. “He buscado aquí en otras empresas, pero el sueldo era el mismo. Durante años confiaba en que la situación de Bosnia mejorase, pero tengo 37 años y me cansé de esperar. Espero que la próxima generación tenga la ilusión y esperanza que yo ya no tengo”, afirma mirando a su hija de tres años.

“Quedarse aquí es una pérdida de tiempo. Tenía que haberme ido mucho antes”, lamenta Mirnez Audibasic, operario de 27 años en una empresa de fabricación de filtros. Eslovenia, añade, está al fin y al cabo cerca de Bosnia, así que podrá regresar algunos fines de semana. “En cualquier caso, es una parada temporal hasta mi objetivo, Suiza, donde tengo familia”. Los amigos que le acompañan se miran nerviosos.

Bosnia tiene unos 3,5 millones de habitantes. Entre 2006 y 2016 la población ha decrecido casi un 7%, según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Pero no hay cifras oficiales fiables de cuántos han abandonado el país. Los cálculos oscilan entre 20.000 y 40.000 salidas anuales. Una ONG local, la Unión para el regreso sostenible y la integración, cifra en 170.000 los bosnios que se han ido desde 2013.

Alemania es la opción favorita por su fortaleza económica y, en algunos casos, por lazos familiares. Los de aquellos cuyos padres, o ellos mismos de pequeños, fueron acogidos allí como refugiados durante la guerra (1992-1995) y hablan la lengua. Frente a esa embajada, al otro lado del río Miljacka que atraviesa la ciudad, las historias se repiten: los jóvenes se marchan por la situación económica, pero también por la sensación de que Bosnia y futuro son palabras que no conjugan bien y de que unas élites corruptas se reparten los mejores trabajos.

El FMI estima que el país acabará el año con un 25,1% de desempleo, la tasa más alta de Europa. Entre los jóvenes es del 38,8%, según datos oficiales del pasado julio. El Banco Mundial, con un cálculo distinto, situaba el paro juvenil en Bosnia en 2017 como el segundo mayor del planeta (54,9%). Y el índice de percepción de la corrupción en el sector público de la ONG Transparency International está en un 38 sobre 100, siendo 100 la mayor limpieza.

“Nada más acabar secundaria concursé a un puesto de policía. Aprobé todos los exámenes, pero no me dieron la plaza. Me dijeron que era por un problema en el oído. Me asusté y fui al hospital de Banja Luka [la segunda mayor ciudad del país]. Allí me dijeron que no tenía nada. Era solo una excusa para no darme el puesto”, asegura un joven que prefiere no revelar su nombre y que, justo después del episodio, emigró a Alemania. Lleva allí siete años, donde ejerce como electricista. Sin embargo, no podrá cumplir su sueño porque necesitaría la nacionalidad alemana para ingresar en la policía; y esta solo se obtiene mediante la descendencia.

Mujid Mersida sale apresurada de la embajada con una hija de cada mano. “Si fuese solo por mí, no sé si lo haría, pero me marcho por el futuro de ellas”, asegura conteniendo el llanto. Tiene 33 años y está en el paro. ¿Desde cuándo? “Mucho, mucho”, dice sin querer precisar.

Por algo parecido ha pasado Ayla, tres años mayor: “Estudié Ciencias Políticas y Periodismo. Al acabar estaba llena de entusiasmo. Pensé: ´Voy a encontrar un trabajo genial y comerme el mundo´. Primero estuve un año como voluntaria en un Ayuntamiento. Luego, tres meses en Arabia Saudí. Y ya… Es duro tener que optar por un futuro fuera de mi país, porque es donde están mis raíces, mi identidad. Pero es que aquí hay corrupción hasta en el fútbol. Lo veo con mis hijos. Es un deporte, debería de ser divertido y lo único que importa es de qué familia vienes”, lamenta antes de sentenciar: “Aquí, en Bosnia, no sucede nada”.

Esa “nada” es la que llevó a Zoran Puljic a fundar en 2004 Mozaik, una fundación dedicada a generar oportunidades para los jóvenes. El objetivo: ofrecerles una alternativa al binomio resignarse o emigrar. Hace dos años creó una incubadora de empresas con fines sociales con el objetivo de que sumen 500 en 2026 y de formar una generación de futuros líderes. “Hacemos esto porque este país es un lío tan grande por distintas razones y su sistema, tan corrupto y tan mal organizado, que es casi una pérdida de tiempo y energía intentar arreglarlo ahora”, afirma en la sede de la Fundación, en Sarajevo. “Hasta hace dos o tres años se iban quienes no encontraban trabajo. Pero últimamente lo que he venido observando es que gente con buenos salarios se marcha con toda la familia a Noruega, Suecia o Alemania. Y es porque quieren que sus hijos vivan en un entorno seguro, porque no sienten que el país vaya en la dirección apropiada”, explica.

Desde otra perspectiva, más centrada en la educación en la paz y la involucración política, también trabaja con jóvenes la ONG bosnia Kult. En la campaña de las anteriores elecciones, en 2014, algunos de sus integrantes simularon haber creado un partido político. “Era falso, pero aún hay quien cree que existe de verdad”, señala entre risas una de las activistas del colectivo, Mireia Ajanovic. Salieron a las calles a recabar la opinión de los jóvenes e identificaron siete preocupaciones clave. La primera, el desempleo; la segunda, la educación. Durante estos años han ido exponiéndoselas a los representantes políticos. “En 2014 ni se mencionaba a los jóvenes. Ahora hay tres partidos que incluyen propuestas concretas sobre estos temas. Me gustaría pensar que es por nosotros, pero no lo sé”, apunta.

Con 42 años y su visado esloveno a la vuelta de la esquina, Daniel Rebic no va a esperar dentro de Bosnia a que llegue el cambio, sino que se dispone a cerrar un círculo vital. Creció en Alemania y en 1985, un año después de los famosos Juegos olímpicos de Invierno en Sarajevo, sus padres decidieron regresar a la entonces Yugoslavia de Tito. “Les parecía un país estable”, recuerda. Siete años después, estalló la guerra. Otros 26 más tarde, Rebic regresa al extranjero. “¡Quién me habría dicho entonces que volvería a irme de aquí!”, exclama.